El triste ocaso de un príncipe


REDACCION EL MUNDO | 3/30/2017, midnight
El triste ocaso de un príncipe
Jose Jose |

Cáncer de pancreas, diabetes, ceguera parcial, parálisis facial y otros desgarros visibles e invisibles atacan a la leyenda de la canción

El gran accidente ocurrió cuando José Rómulo Sosa Ortiz (22) se convierte en José José allá por 1969. Con ese nombre quedó tercero en el II Festival de la Canción Latina el 25 de marzo del año siguiente (1970). La canción: ‘El Triste’, de Roberto Cantoral. La frecuencia de su voz es uniforme y de rango completo. El timbre es ligero. La transmisión de sus agudos es perfecta. El muchacho separa los labios y la onda electrocuta el aire. Traza un arco de barítono inalterable. La dicción precisa. Que se discuta si es tenor porque el alcance de su voz de cabecera declina en las notas altas, hacia el sí o do de pecho, es un asunto menor cuando hablamos de quien esa noche estaba convirtiendo su garganta en parte de la educación sentimental de Latinoamérica.

Desde entonces, el jovencito que nació en Azcapotzalco (Ciudad de México) inició su camino hacia la memoria musical de México y de la canción latinoamericana. La leyenda se cimentó sobre magistrales composiciones de Pérez Botija, José María Napoleón, Camilo Blanes, Juan Gabriel y muy especialmente Manuel Alejandro.

Sin embargo, los planes de José José, si es que los tuvo, no se dieron como él esperaba. Su actualidad es lo opuesto a su legado musical: horrible. Es el resultado de innumerables entradas y salidas de centros de rehabilitación, la muerte de su primera mujer, tocamientos indebidos a la caja de caudales y el precipicio de su voz. Es decir, de su reino.

¿Qué ruido expulsa una garganta en escombros? ¿Se puede hablar sin tener voz? ¿Cómo canta quien no pronuncia? Hasta hace unos tres años, cuando el viejo trovador aún podía salir a escena, esas interrogantes se respondían con escalofriante obviedad: porque es un fenómeno popular, porque es inmortal. Y aunque su inmersión en el alcohol era el otro lugar común que explicaba el colapso, escucharlo tenía el morboso atractivo de ver un desgarro en vivo. No estaba haciendo ‘play back’. Aquel aparato fonador en ruinas alguna vez había sido una fuente cristalina de tesitura amplia, exquisita, poderosa.

Su realidad actual, la bancarrota, no es algo que lo haya tomado por sorpresa. El cataclismo vino antes. Cuando su ex esposa Ana Elena Noreña confesó su paso por las drogas, la prostitución y el intento de asesinato de sus dos hijos. Entonces el astro se transforma en un conversador ininteligible y diminuto. Pasto del cotilleo rosa de los medios, atravesado de rupturas de fémur, con una esposa cuyo infarto cerebral lo precipita: el príncipe no tiene seguro de salud, oferta su mansión de Miami y vive vendiendo su firma a 7 dólares junto a sus discos en un quiosco ambulante, cortesía de Sony Music. Así son sus días. Y a eso agréguele que el príncipe tiene medio cuerpo paralizado por la enfermedad de Lyme, dificultad para respirar, falta de aire en pulmón y tráquea, sin poder cerrar los ojos ni comer, atacado por la bacteria diabética Bell’s Palsy.

Con 69 años encima, José José vive en medio del sostenido bombardeo de la radioterapia, desinflamantes, cortisona, broncodilatadores e insulina. Su familia sólo espera un milagro que prolongue el inevitable desenlace.

Los fanáticos leales también. Esperamos un acápite digno. Y que el alma no se vacíe como el cántaro en la nube. Aunque el sentimiento es humo y ceniza la palabra, ya se sabe.