La ruta de la esperanza


Angela M. Angulo | 4/22/2021, 6:16 a.m.
La ruta de la esperanza
DESESPERACIÓN. Arriaga (Chiapas) es un pueblo pequeño al que llegan los migrantes centroamericanos para trepar clandestinamente a ‘La Bestia’, el tren de carga que les permitirá cruzar el territorio mexicano hasta llegar a la frontera estadounidense. |

En las olas de migrantes centroamericanos que tienen como objetivo llegar a la frontera sur de este país viajan hombres, mujeres y decenas de niños sin la compañía de sus padres. Se trata de un éxodo doloroso y peligroso, ya que nadie tiene la seguridad garantizada.

El desenlace del recorrido es impredecible. A la falta de alimentación, de acceso al agua; a las incomodidades y restricciones propias de este periplo; a la alta posibilidad de ser rechazado cuando lleguen a este país; otros peligros hacen que el viaje sea altamente mortal y por eso estresante.

Ser abusado sexualmente es el principal temor entre las mujeres y niños que viajan en esta ruta desesperada. Existen decenas de testimonios de las mujeres que sobrevivieron intactas a la peregrinación. Muchas coinciden en una denuncia terrible: antes de emprender el camino se inyectan anticonceptivos porque, dada la desafortunada circunstancia de toparse con un profanador, ninguna se resistiría al vil ataque.

Otra gran preocupación de los caminantes es perder los datos de contacto de sus seres queridos o familiares, en sus países de origen o en territorio estadounidense. Un número telefónico es, en estas circunstancias, la única oportunidad de salvamento en caso de ser víctimas de secuestro y extorsión de los forajidos que proliferan en la senda hacia el ‘sueño americano’.

Estas atormentadas caravanas, que se sostienen y no se rompen gracias a la fe y a la ilusión de conseguir una vida mejor, una amenaza brota desde el interior: el uso de drogas como la heroína, potente opiáceo que hace que el nivel de dopamina en el sistema de recompensa del cerebro aumente a niveles exorbitantes, atrapa con facilidad a quienes marchan hacia lo desconocido, a lo inseguro, a sabiendas de que no son bienvenidos. Un viajante que no desea regresar a su país siente que no tiene propósito, pierde el interés por la vida y se entrega a la perdición gastando sus escasos recursos. La autodestrucción, muchas veces, no es apacible.

Miles sufren circunstancias extremas porque creen que con la Administración Biden tienen más posibilidades de ser aceptados aquí. La ilusión no es gratuita ni ingenua.

Recientemente, el Presidente Biden se comprometió a que el número de refugiados para el año fiscal 2021 sería de aproximadamente 62,500; además, ha prometido reasentar a 125,000 refugiados en el año fiscal 2022. La promesa de una vida mejor en este país se reafirmó cuando la Administración Biden anunció el incremento de las visas de trabajo temporal, varias de las cuales están ‘reservadas’ para inmigrantes de Guatemala, El Salvador y Honduras. La ‘ola migratoria’ crecerá aún más si consideramos el impacto social que tendrá la probable aprobación en la Cámara de Representantes del proyecto de ley que propone restablecer el Programa Cubano de Reunificación Familiar (CFRP), suspendido desde 2017 tras el cierre de la Embajada estadounidense en La Habana (Cuba).

EL DATO

La crisis migratoria que se vive y se sufre en la frontera sur no es sorpresiva. Es el resultado de discursos y promesas inoportunas que caen bien pero postergan la solución del verdadero gran problema: la legalización inmediata de más de una decena de indocumentados que ya viven y trabajan en este país y se han adecuado a los usos y costumbres estadounidenses.