La espera desespera
Aunque a diario se acuesta con la decepción de saber que ese tampoco fue su día de suerte, el optimismo la acompañará mañana
Marlon Gomez | 12/24/2015, midnight
¿Alguna vez ha sentido gran ansiedad esperando un cumpleaños o un viaje? ¿Siente que no puede esperar a la mañana siguiente para abrir los regalos del árbol? Ahora, imagine que le dicen que debe esperar aún más... mucho más de lo que imagina.
Cuando a una persona le dicen que debe someterse a una terapia u operación, una de las primeras preguntas es cuándo, porque la decisión de mejorar la salud, de vivir sin dolor o simplemente vivir puede más que el miedo. Usualmente se escoge una fecha, se espera el día y los resultados.
Aunque el miedo a que algo salga mal siempre está presente, las esperanzas se mantienen. Pero a veces, cuando no hay fecha, la esperanza tambalea. Esa es la realidad de los pacientes a la espera de un órgano, quienes saben que deben luchar por sus vidas, pero no saben por cuánto tiempo.
De hecho, no existe un periodo previsto de espera. Las personas que encuentran en sus familiares al donante pueden someterse a una operación en cuestión de semanas. Quienes no corren esa suerte pueden esperar años.
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¿Qué sentiría usted si al cabo de siete años sigue esperando por un trasplante? Ciertamente la respuesta es inimaginable, pero cuando a Alejandra Hernández Ceballos le diagnosticaron insuficiencia renal y la necesidad de un nuevo riñón a principios del 2014, le dijeron que podría esperar unos siete años antes de recibir el nuevo órgano.
Y es que Alejandra, inmigrante mexicana que ha hecho su vida en Austin, no puede recibir un riñón de ningún familiar cercano porque su padecimiento, la enfermedad poliquística renal, es hereditaria. Vivir con un riñón es posible, pero para sus familiares podría resultar en vivir su misma situación.
De por vida
Si Alejandra no hubiese recibido tratamiento, posiblemente ya sus riñones no funcionarían en lo absoluto. Por eso, tres veces a la semana debe someterse a la diálisis.
“Me despierto a las 3am., me voy a la clínica donde comienzan diálisis a las 4:30am. después de casi cuatro horas me desconectan y me sientomuy mal, por lo general salgo muy débil. No me siento como una persona capaz de hacer nada y eso me desespera. Yo estaba acostumbrada a encargarme de mis hijos y mi casa, además de trabajar. Me gustaría tener una vida normal, pero sin la diálisis en cuestión de meses me moriría”, dice Alejandra.
Cuando inició sus tratamientos, ella trabajaba, al salir del centro médico se iba a trabajar, pero eso resultaba en fiebres y dolores. Eso la obligó a renunciar a su empleo. Pero la diálisis no es sólo un proceso que la desgasta, es también un procedimiento que la asusta. “Hace tres meses me sacaron más liquido del que era necesario y eso me afectó mucho. No me podían despertar, estaba desmayada y eso me asustó. También me han causado heridas con la agujas, que son muy gruesas. Creo que me preocupa más pensar en el daño que me pueden hacer que en la espera por el riñón. Un error de otra persona puede dejarme en coma”.
La esperanza se consume
Cuando a Alejandra le diagnosticaron la deficiencia renal, su ex esposo no entendía por qué no podía seguir con su vida normal y esperaba que ella, tras horas conectada a una máquina, sintiera ganas de arreglarse, cocinar y trabajar. Aunque al principio él fue un gran apoyo, ella asegura que poco a poco se fue alejando hasta que decidieron separarse.
Eso, además, le quitó una esperanza: él había ofrecido un riñón pero, después de la separación, ya no está dispuesto a eso. “Él había dicho que donaría un riñón, porque si no era compatible hay un programa de donantes en el que cualquier persona puede donarte y si no es compatible, básicamente, te lo intercambian por el próximo riñón compatible disponible. Luego comenzaron los problemas matrimoniales y no volvió a tocar el tema”.
Ansiosa pero afortunada
Pero las ganas de seguir luchando por su vida se mantienen intactas. Alejandra Hernández eliminó de su dieta todo lo que puede hacerle daño y no se pierde ninguna de sus sesiones de diálisis.
Incluso, ve a sus compañeros, muchos de los cuales no pueden ir al baño y necesitan drenajes, y entiende que ella es afortunada de poder seguir valiéndose por sí misma.
También vive para intentar ser feliz y aprovecha cada momento junto a su familia. “Siempre dicen que hay que vivir cada día como si fuera el último y ahora lo entiendo, porque cualquier día podría ser mi último. Pero no pienso en eso, pienso en que seguiré luchando hasta encontrar un riñón”.