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La obesidad daña los vasos sanguíneos


Agencias / Cortesía | 12/2/2021, midnight
La obesidad daña los vasos sanguíneos
URGENTE. La mortalidad cardiovascular asociada a la obesidad debe abordarse desde la prevención, el diagnóstico temprano y unos hábitos de vida saludables. |

Casi todas las enfermedades cardiovasculares se pueden evitar siguiendo un estilo de vida saludable y reduciendo los factores de riesgo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Entre los factores de riesgo, la obesidad destaca por su elevada prevalencia: el 61.4 % de los hombres y el 44.1 % de las mujeres mayores de 18 años en este país padecen de algún tipo de obesidad o sobrepeso. Estas cifras aumentan cada año, no sólo en población adulta, también en los niños.

El exceso de grasa se almacena en el tejido adiposo blanco en forma de triglicéridos para poder movilizarlos como fuente de energía en periodos de carencia. Sin embargo, esa capacidad de almacenamiento del tejido adiposo tiene un límite. Cuando se sobrepasa dicho umbral, el exceso de grasa comienza a acumularse en otros órganos que no están especializados en procesarla, causando efectos tóxicos. Este sería el caso de la enfermedad del hígado graso, paso previo para el desarrollo de cirrosis o de cáncer hepático.

Además, durante ese proceso de acumulación excesiva de grasa, tanto la estructura como la biología del tejido adiposo cambian. Como consecuencia, se convierte en un órgano secretor de señales inflamatorias o de radicales libres a otros tejidos. De esta forma, el tejido adiposo de un paciente obeso lanza estas ‘señales de emergencia’ en forma de moléculas a todos los tejidos, incluyendo al corazón y a los vasos sanguíneos, para intentar limitar la llegada de más grasa.

De manera natural, nuestras arterias son capaces de contraerse y relajarse para ajustar el volumen de sangre que llega a los tejidos según sus necesidades. En los pacientes obesos, las señales de socorro emitidas por el tejido adiposo favorecen la contracción de las arterias y evitan que se puedan relajar.

Como si se tratara de una manguera que mantuviéramos apretada, contraer el vaso aumenta la presión arterial y, por tanto, promueve un mayor riesgo de desarrollar hipertensión. Además, al circular con mayor presión, la sangre puede debilitar la estructura interna de las arterias, haciéndolas más susceptibles a la ruptura. Esto puede dañar el corazón, los riñones o incluso los pequeños vasos sanguíneos que riegan los ojos , causando problemas de visión que desembocan, en ocasiones, en ceguera.

Durante el desarrollo de obesidad, las señales enviadas por el tejido adiposo disfuncional también alteran la estructura de los vasos sanguíneos. Si este remodelado vascular se mantiene en el tiempo, se producirá la deformación o el debilitamiento de la pared del vaso. Así, el ensanchamiento o abombamiento anormal de una parte de una arteria la hace muy susceptible de sufrir una rotura, lo que se conoce con el nombre de aneurisma. En las arterias, la rotura de estas arterias se asocia con una elevada mortalidad.

En otras ocasiones, la pared arterial se vuelve más rígida por un acúmulo excesivo de colágeno (proteína que confiere rigidez a los vasos) y una pérdida de elastina (proteína responsable de la elasticidad). Esto evita que la arteria pueda adaptarse a los cambios de presión arterial, lo que supone otro mecanismo para la aparición de hipertensión.

En conjunto, sería una situación similar a lo que le ocurriría en una manguera vieja expuesta al sol durante mucho tiempo. La goma se reseca, pierde flexibilidad y surgen grietas por donde pueden aparecer fugas.

EL DATO

La OMS define la obesidad como la acumulación anormal o excesiva de grasa, que tiene repercusiones para nuestra salud.

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