Se dice que el primer amor de una mujer es su papá, porque desde los tres años hacia adelante las niñas idealizan al padre. No es raro que a esa edad lo absuelvan de defectos y quieran tener toda su atención solo para ellas.

Este estado se conoce como ‘papitis’. La niña demanda que sea papá quien la acompañe a comer, la ayude con la tarea, la haga dormir; todo con él y dejando a mamá a un lado.

Las niñas identifican al papá como el estandarte del sexo opuesto, como cabeza del hogar, como el responsable de dar protección y lo ven como el único capacitado para resolver las cosas difíciles en casa. Sin embargo, existe un lado negativo al desarrollar una falta de respeto y de valoración hacia la mamá si no se actúa debidamente durante la etapa de ‘papitis’.

Es necesario que la niña identifique que ella y sus padres forman un equipo y no una dualidad de hija-y-papá. Tanto la ‘papitis’ como la ‘mamitis’ culminan a los seis o siete años de forma natural, cuando la niña ingresa a la escuela y tiene contacto con el sexo opuesto en la figura de otros niños.

En caso de que esta etapa no sea superada, la niña quedará estancada en la etapa de la ‘papitis’, donde sólo reconoce la autoridad en el padre e incluso puede presentar actitudes de manipulación hacia él, al darle cariños y mimos a cambio de permisos o premios. Otra vez, la mamá quedará en segundo plano.

Es necesario que mamá se esfuerce por ser parte de las actividades de la niña, y el padre debe ayudarla a sumarse a la interacción. Si el papá cede a las demandas de la menor (sin querer, claro) puede causar que su esposa e hija rivalicen generando desintegración en la familia.

Es importante que los padres sean equitativos en los roles que cumplen: si papá hace dormir a la pequeña, mamá debió bañarla y cambiarla. Si él la lleva a la escuela, mamá debe ir a recogerla. El objetivo es que la menor sepa que puede apoyarse en ambos padres.