“Mejor me hubiera lanzado al desierto”
Guatemalteca en santuario cuenta cómo llegó buscando la ayuda que no ha logrado
Marlon Gomez | 2/25/2016, midnight
Arriesgarse a morir en las tierras áridas de la frontera texana hoy parece una mejor opción para Hilda Ramírez, quien llegó a Estados Unidos desde Guatemala escapando de una situación hostil que ponía en riesgo su bienestar y el de su hijo. Lo que encontró en donde pensó buscaba asilo ha sido una historia de miedo, persecución y terror psicológico.
Ella es una mujer joven y trabajadora que creyó en las mentiras de un “coyote” y que hoy clama por compasión para no tener que regresar a donde sabe que no tendrá nada que ofrecerle a su primogénito de 9 años.
La promesa del coyote
Tres años atrás, Hilda no pensaba en la opción de viajar a EU, mucho menos como indocumentada. “Yo veía en la televisión lo peligroso que es cruzar el río y el desierto. Nunca pensé en arriesgarme”, dice.
En el año 2014, a los 26 años, Hilda tenía la vida normal de una madre soltera: trabajaba jornadas de 10 a 12 horas diarias en aseo doméstico para sacar adelante a su pequeño. Cuando el niño no estaba en la escuela, vecinos y familiares la ayudaban a cuidarlo. Al llegar a casa se ocupaba del hogar y de las tareas de su retoño, esos eran los oficios para el resto de su día. “Nunca me han gustado las fiestas; no tenía muchas amigas”, cuenta.
Pero la tranquilidad cotidiana fue perturbada por problemas con la familia del padre de su hijo. Amenazas y ataques a su casa la arrinconaron en la desesperación y creyó que en EU podría vivir en asilo y sin miedo.
Su objetivo era cruzar la frontera norte de México y entregarse a la Patrulla Fronteriza para pedir ayuda. “En mi país dicen que sólo le dan visas a los que tienen dinero y terrenos. Yo no tengo nada. Me dijeron que podía encontrar ayuda si me entregaba y me arriesgué. Fue un error. Si hubiera sabido que en vez de ayuda viviría todo el dolor que hemos pasado, me hubiera lanzado al desierto. Ya van dos años de sufrimiento”.
La travesía
Hilda tomó todos su ahorros y pidió dinero prestado para completar 4 mil dólares y entregarlos al “coyote” que le dio los boletos de autobús para viajar hasta México. En Reynosa se encontró con una persona que se decía su “guía”. En la terminal subió a un coche que atravesó caminos rústicos para llegar a una casa donde estuvo escondida junto a otra decena de migrantes, a oscuras, por cuatro días.
Finalmente, la subieron a un coche y la llevaron al río, donde abordó una balsa. “Bájate y corre”, le ordenaron ya cerca de la orilla y así lo hizo, cargando a su hijo. En tierra firme se entregó a la Patrulla Fronteriza. Ahí estuvo en custodia por cuatro días, hasta que la enviaron al centro de detención de Karnes, donde vivió por 11 meses.
En el 2015, Hilda se unió a un grupo de madres inmigrantes detenidas que hicieron huelga de hambre. Posteriormente, un juez les permitió salir en libertad con la condición de portar un grillete electrónico. “No me gustaba, pero lo acepté. No sabía que sería tan incomodo y que haría que las personas me vieran como una delincuente”.
Sin amigos ni familia, la guatemalteca aceptó la hospitalidad de “Posada Esperanza”, un refugio de Casa Marianella.
El terror
En enero de este año, cuando Hilda supo que ICE había comenzado redadas para deportar a centroamericanos, la paz que pudo vivir por un par de meses se esfumó. “No podía ni dormir. Pensaba que cada coche que escuchaba venía por nosotros”.
Así fue como decidió buscar ayuda en la Saint Andrew’s Presbyterian Church, donde ahora vive en calidad de santuario. “Me vine porque tengo miedo, porque temo que nos regresen a mi país. No quiero ni imaginar que eso pueda pasar”.
¿Lo haría de nuevo?, le preguntamos. “Sí”, asegura sin dudar y dice que si la llegaran a deportar dejaría a su hijo aquí para no someterlo a los peligros de Guatemala, considerado el tercer país más peligroso del mundo. ¿Con quién o dónde? No sabe. Pero sí sabe que allá jamás podría darle la vida que merece.
“Lo amo y me dolería mucho dejarlo, pero yo quiero que el tenga lo que yo nunca tuve. Allá yo no puedo protegerlo”, dice con la mirada perdida. Ella intentaría reencontrarse con él, pero esta vez se arriesgaría a lanzarse a cruzar el desierto.
Hilda espera que las autoridades estudien su caso y le concedan el asilo para poder salir de la iglesia con su hijo, sin grillete y sin miedo. “Buscaría un trabajo, limpiando casas porque es lo que sé hacer. Estudiaría inglés y mi hijo iría a la escuela. Pero lo primero, sería agradecer a Dios por apiadarse de nosotros”.