¡Salud!, por la vida
11/6/2014, midnight
Con el mismo gusto con el que escribí la primera vez en EL MUNDO Newspaper, con ese mismo gusto les escribo esta última vez bajo el patrocinio del Tequila Héroe de León. Ni con pesar, ni con acongojo, de frente a mi computadora y con el mismo arrojo dedico ahora el contenido a nuestros siempre queridos muertos, ahora que el americanizado ‘Halloween’ y nuestro tradicional mexicano Día de Muertos se acaban de celebrar. De un lado u otro de la frontera todos tenemos un difunto a quien rendir tributo. Casualmente en la edición anterior lo hacía por mi querido y recién fallecido hermano, Alberto, y ahora en esta lo hago por mi bisabuelo Francisco Murguía, bravo General de la Revolución Mexicana quien fue asesinado por órdenes del usurpador Obregón, el primero de noviembre del año 1922. Por méritos en el campo de batalla la historia lo llamó el ‘Héroe de León’, seudónimo hoy convertido en una marca de tequila que rinde orgullosamente tributo a un hombre que colaboró para cambiar la historia de México, historia que hasta ese entonces consistía en tiranía y opresión, donde el Estado de Derecho no existía y sólo imperaba la voluntad del dictador. Este México moderno que sufre de descomposición, está urgido de más hombres y asqueado de tanto ‘chambón’.
Con gusto y con sollozo, ahora que recién celebramos el Día de Muertos, le dedico estas calaveras a los que ya están en el pozo. Ya se han ido al otro mundo con todo y sus memorias, sólo le pido a Dios que a todos los tenga en su santa Gloria.
No conozco aquellos lares, pero algo me han platicado de que los muertos se divierten, más yo no estaría seguro que se hayan emborrachado. Yo a mi bisabuelo quise rendirle sus honores ya que fue abatido a tiros por una horda de traidores. A la mayoría de los hombres le da mucho miedo la muerte, de lo que yo mucho difiero; por un lado dejamos de estar aquí, pero por otro aquí hay mucho cochinero. A los grandes personajes se les menciona siempre y a otros ni se les recuerda. Alguien dijo alguna vez, “muere el que deja de ser recordado”.
Es curioso y peculiar escribir sabiendo que has llegado al final y no me refiero a un final fatalistamente biológico, sino a un final cronológico. Algo similar debe suceder cuando uno sabe que va morir. En esa misma analogía, todo cruza por la mente, todo se quiere decir y muchas cosas se sienten. Tristeza por el cambio e incertidumbre en el decir pero la vida es así, empezamos y acabamos, pero no lo queremos admitir. Vamos siempre caminando indiferentes al sentir y sólo ante la muerte reflexionamos lo bonito que es vivir. Que contradictorio es el humano, incongruente e infeliz, añoramos lo que falta y olvidamos el “aquí”. Yo sí creo en la catarsis y todos alguna vez debiéramos experimentar algo similar, porque no hay peor cosa para el humano que vivir muerto. Yo no sé cuándo me vaya y ni siquiera si seré recordado, sólo intento que mis hijos sepan vivir con honestidad, con amor, con pasión. Quiero educar a mis hijos para que quieran a la gente, al mundo y que sepan dar amor. Que siempre por donde caminen dejen el espacio mejor. Es de esa manera cuando se encuentra la verdadera vida, el amor por la vida, las ganas de vivir y es para entonces cuando la muerte se convierte en otro tipo de vida, ni mejor ni peor, otra vida diferente. Seguramente sonará familiar la expresión de que “cualquier día debe ser el mejor para nacer, como para morir”.
Celebremos a nuestros muertos pero con el regocijo que nuestra propia vida merece. Sin nuestros muertos nuestra propia vida sería vegetal. Por nuestros muertos vivimos y por ellos moriremos, pero no hay peor aberración que llorar la muerte propia día a día, por vivir una vida fallecida.
Durante todas estas publicaciones nunca exageré lo maravilloso que nuestro querido México es, donde el tequila es producido. Tenemos de todo para aventar para arriba, desde hermosos parajes en montañas y mares, maravillosas tradiciones, y hasta hermosas mujeres. De generación en generación muchos valores se han transmitido, unos se han conservado, pero algunos se han perdido. Uno bello entre ellos, el Día de Muertos, consiste en un festejo que más bien ya una fiesta es. Ya no lloramos por aquel que se nos fue, ya más bien le llevamos flores, comidas y bebidas.
Durante varios días cada difunto tiene su altar; se le colocan sus ofrendas. Con un retrato bien grandote, bien sabremos quién es, cuál tequila tomaba y si se emborrachaba cada mes. No hay que sentir miedo si nos dicen que su alma aún pena, será que algo debe y aún tiene que resolver. Más bien temamos a los vivos, esos sí pueden molestar, así como los tequilas, te hacen daño o te hacen bien.
Y si de tequilas se trata, existe mucha variedad, los hay hasta de colores y que te hacen vomitar. Encontramos muchas marcas, pero no todo es calidad. Hay tequileros buenos y uno que otro loco de atar, que producen buen elixir o que te pueden hasta matar.
Todo empieza y todo acaba, todo llega a un final. Sabemos cuándo naceremos, pero no cuándo se morirá. Quiero agradecer a EL MUNDO Newspaper por haberme permitido colaborar en esta edición semanal, mediante la cual se nos brindó la oportunidad de dar a conocer las virtudes de una bebida por todos conocida, pero por pocos valorada: el Tequila. La misión se ha cumplido y hemos llegado al final. No sé si sea destino o sea por casualidad, pero siempre estaré agradecido por esta oportunidad.