Al cierre de esta edición, algunas ciudades del norte de México albergaban a una inmensa caravana de más de 1,200 migrantes centroamericanos que se dirigían a la frontera con Estados Unidos.

Como nunca antes, funcionarios locales ofrecieron alojamiento en plazas y almacenes vacíos o ayudaron con el transporte de los migrantes, que participan de un viaje organizado por Pueblo Sin Fronteras, grupo en defensa de los inmigrantes. Los funcionarios mexicanos reunieron autobuses, coches, ambulancias y hasta camiones policiales, para ayudarlos a llegar a la línea fronteriza estadounidense. La ayuda no es completamente altruista. Las autoridades mexicanas hicieron todo el despliegue logístico para acelerar la salida de sus jurisdicciones del gran grupo de migrantes.

En algún momento de esta primavera boreal, el viaje de 1,990 millas de la caravana, que comenzó el 25 de marzo en Tapachula (Chiapas), ciudad ubicada muy cerca de la frontera con Guatemala, terminará en el límite con Estados Unidos, donde algunos miembros solicitarán asilo, mientras que otros intentarán ingresar al país como indocumentados. Los inmigrantes centroamericanos de esta ‘caravana’ que no tengan el permiso correspondiente para permanecer en México serían devueltos a sus países, después de intentar llegar a suelo estadounidense.